Porque el mar anda revuelto, se diría que profundamente cabreado, asustado, fiero. Pero manso a la vez. Más bien, al ver las olas llegar e irse diría que está indeciso, desubicado, perdido. Como si de pronto el espacio que habita fuera más grande que él y estuviera rodeado de huecos vacíos. Huecos de aire. Huecos desconocidos y oscuros.
El mar anda revuelto porque ve el sol, pero sólo su luz desde lo más profundo. Y quisiera ser superficie y no profundidad, quisiera que el calor de la estrella lo bañara y endulzara sus aguas. Quisiera flotar y no hundirse, caber dentro de sí y ocuparlo todo. Como siempre el mar.
Le escucho desde mi orilla. Su espuma que se destruye y grita, su espuma vomitada y digerida mil veces. Y diría que se duele, que cada ola es un gemido. Se diría que gime y se contrae para expandirse luego con más bravura y morder la arena con rabia. Golpeando las piedras, arrastrando conchas, trozos de colores. Llevándose la vida y escupiéndola muerta.
El mar anda revuelto porque perdió lo que más amaba, porque se perdió a sí mismo. Más que andar quisiera correr y huir, evaporarse, llover con él y con todo e inundar de nuevo su espacio, volver a llenarlo por completo.
Pero cada brazada cuesta y cansa.
El mar está semihundido, como el perro de Goya. Igual que su perro.
Mar Cantón.